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5 de abril de 2011
Dos proyectos le 'dibujaron' esperanza a los niños de Guapi
David sujeta con dificultad los tacos para tocar la marimba y trata de hacer música. Sus compañeros lo miran expectantes; la última vez que lo intentó terminó llorando, tirado en el piso. Sin embargo, esta vez desafía sus habilidades y logra algunas notas. Eso le merece el aplauso de los presentes y en especial el de ‘Nani’, como cariñosamente llaman a su profesora, Marien Valencia.
Marien, la coordinadora de cultura de la Alcaldía de Guapi (Cauca), es especialista en danza y música folklórica del Pacífico. Encontró en estas dos expresiones artísticas la mejor medicina para curar en los niños el dolor causado por el conflicto armado.
El de David es un caso especial. El 7 de diciembre del 2009 el pequeño de nueve años iba a encontrarse con su madre en el parque del pueblo, pero, justo cuando pasaba por la estación de Policía, una explosión lo aturdió. Las Farc habían detonado una carga que causó la muerte de una mujer y de su pequeña hija de siete años, quienes al igual que David iban a ver las balzadas. Fueron varios los heridos, entre ellos estaba David. Cuando el pequeño recuperó la consciencia se encontraba en un hospital de Cali. Había perdido la movilidad en la mitad de su cuerpo y su cráneo le había quedado hundido.
Guapi está situado en la margen izquierda del río que lleva el mismo nombre y a quince minutos del Océano Pacífico. Es uno de los tres municipios costeros del Cauca y también uno de los más pobres. Allí sólo se llega en avión o por mar desde Buenaventura. Sus calles están sin pavimentar y el agua es de mala calidad. Menos de la mitad de la gente vive de la pesca, de la extracción de madera o del comercio. El resto vive en extremas condiciones de pobreza.
Por estar cerca de los municipios nariñenses la Tola, El Charco e Iscuandé, todos afectados por el conflicto armado, Guapi ha recibido un alto número de desplazados. Se estima que han llegado unas 200 familias en los últimos tres años. En lo que va del 2011, 23 grupos familiares arribaron procedentes de Nariño, víctimas de desplazamientos masivos, según la Defensoría del Pueblo. El alcalde de Guapi, Florentino Obregón, dice que esa violencia no ha tocado del todo a su municipio, y es por eso que mucha gente llega a vivir allí.
Un miembro de la Armada Nacional, que pidió no ser identificado, agregó que hay unos barrios en Guapi con presencia de milicianos y bandas criminales, particularmente el barrio Olímpico: “Muchos delincuentes llegaron desde Nariño. Pero ahí también existe un problema social por el alto número de desplazados”.
En el 2008, cuando al sector llegaron más de 30 mujeres desplazadas y sin marido, ‘Nani’ y el sacerdote Gabriel Gutiérrez pusieron sus ojos en esa población. “Con los docentes que fuimos a los colegios a motivar a los niños llegamos con una brigada al barrio Olímpico. La idea era ayudar a las madres y hacer algo con 70 niños que estaban desescolarizados”, recordó ‘Nani’.
Pese a los esfuerzos de la Alcaldía para promover el trabajo de ‘Nani’ y del padre, no ha sido posible aumentar los cupos. Según un funcionario de la Secretaría de Bienestar de Guapi, no se ha recibido apoyo de la Gobernación.
Retratos del dolor
David era uno de esos 70 niños que vivían en el barrio Olímpico. Cuando ‘Nani’ lo conoció era un pequeño inquieto y agresivo. “Sus juegos eran muy bruscos: atacaba con palos y pistolas de madera”, describe ‘Nani’.
Un día, durante una actividad con sicólogos, les pidieron a los niños que dibujaran. Todos habían sido desplazados de El Charco y Tumaco. Por esos días, dice ‘Nani’, hombres armados asesinaron al celador en el barrio Olímpico. Los niños vieron el cadáver en el suelo.
Al final de la actividad los dibujos mostraban casas en medio de matorrales donde se escondían hombres armados, mujeres llorando sujetando a sus hijos y sujetos con armas.
Hoy, al parecer, las cosas han cambiado mucho. El año pasado, el alcalde Florentino Obregón gestionó ante el Ministerio de Cultura la construcción de una nueva casa de la cultura dotada con todos los elementos para que los niños aprendieran a tocar instrumentos del Pacífico, a bailar danzas y a pintar.
La nueva casa, de dos pisos, tiene salones para danza, pintura y música. Gracias a esto los niños cambiaron los juegos agresivos por tacos de marimba, boliches de bombo y el guazá.
Sin embargo, Silveria Rodríguez, directiva de la Coordinación de Consejos Comunitarios en el Pacífico Colombiano, dijo que el apoyo del Gobierno al trabajo con los niños es muy reducido.
Al respecto, Edith Torres, asesora de formación de la Defensoría del Pueblo en el Pacífico, dijo que no se ha tenido un trabajo directo con estos niños, pero destacó que sus madres han recibido capacitación en derechos humanos.
Cuando el proceso de ‘Nani’ comenzó, David no iba a las clases. Tas el accidente accedió y buscó en la música una forma de combatir los fantasmas de la violencia. “Al principio, los niños como David eran tímidos e incluso agresivos. Las secuelas de la violencia son grandes, pero la música y la danza lograron volverlos más íntegros y sus dibujos ya no contienen hombres armados”, anotó la sicóloga Patricia Venté.
Los hijos de ‘Bobby’
Le dicen ‘Bobby’. En su juventud, Mario Bangüero obtuvo medallas nacionales en boxeo. Quizás por eso ahora, a sus 60 años de edad, le quiere dar un golpe a la violencia. Hace tres años comenzó el proyecto “Carrusel por las escuelas de Guapi”. La idea era incluir a los niños en actividades de recreación después del colegio. Luego le surgió una idea mejor.
“Conseguimos apoyo de la ONG española Levante en Marcha, con la que fundamos un centro de capacitación que lleva en mismo nombre. Ahora tenemos 150 niños. Un grupo llega en la mañana y otro en la tarde. Desde esa hora unos practican deporte, otros van a unas granjas y algunos se dedican a la música”.
Para llegar a este centro, hay que navegar diez minutos desde el muelle del pueblo. El lugar cuenta con salones, una cancha de microfútbol y una granja en la que se cultiva plátano, yuca y se crían cerdos, gallinas y otros animales.
‘Bobby’ señala a uno de los niños que está en el sitio, un menor de 11 años, trigueño y de mirada esquiva. Dice que el pequeño llegó a Guapi cuando tenía nueve años y lo encontraron viviendo con su abuela. La historia del niño es desgarradora. Un día el niño le contó a los docentes que unos hombres armados entraron a su casa, en Iscuandé de Nariño, y asesinaron a balazos y machetazos a sus padres. Él se salvó porque se escondió detrás de unos racimos de plátano. Les dijo a los profesores que se iba a vengar de los que hicieron eso. Por eso habla poco, dice ‘Bobby’, “no le gusta ver los machetes ni mucho menos los racimos de plátano”.
*Una iniciativa de Medios para la Paz, la Pontificia Universidad Javeriana y el CINEP / Programa por la Paz.
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